#VivenciasTrangoworld
Kampala, Uganda
A los que nos gusta coleccionar montañas siempre tenemos un nuevo objetivo por cumplir, puede ser más alto, o más bajo, junto a casa o en un lugar lejano, pero siempre queda alguna montaña por subir, esta es la grandeza de nuestro deporte.
A comienzo del mes de julio estuve trabajando como guía en el Kilimanjaro (5.892m), ayudando a un grupo de quince personas a cumplir su sueño: coronar el techo de África. Fue mi tercer ascenso, distinto y enriquecedor, como todos. Pero mi verdadero propósito para este verano era subir a la tercera cumbre más alta de África: el Rwenzori (5.109m), y de esta manera haber coronado las tres más altas del continente, junto al Monte Kenia, al que subí hace unos años.
La cadena de los Rwenzori, es una cordillera de África situada en la frontera entre Uganda y la República Democrática del Congo. Es unas de las pocas cadenas montañosas del continente con glaciares, junto al Kilimanjaro y al monte Kenia, aunque lamentablemente amenazan con desaparecer por el cambio climático.
Así que una vez coronado el Kilimanjaro, cogí un vuelo desde Moshi (Tanzania) a Emmtebe (Uganda) y me dirigí a las faldas del Rwenzori (montaña de lluvias). Su nombre ya me indicaba que debía ir preparado para unas condiciones meteorológicas adversas, fundamentalmente de intensas precipitaciones y alta humedad relativa.
Así que antes de salir de casa preparé el petate con el material técnico necesario para este ambiente tan específico y complejo, entre otras las prendas de TRANGOWORLD. Estaba claro que no podían faltarme el pantalón largo combal, sumamente confortable y que me dio muy buenos resultados de transpiribilidad e impermeabilidad en las piernas, y la chaqueta TRX2 Shell Pro, que me permitió progresar seco durante toda la expedición. Además, necesitaría una primera capa de camisetas en la línea de la Fouly y el pantalón corto Koal TH, entre otras.
Con todo listo, el día 15 de julio me reuní con Sam, el responsable de la empresa local que me daría los servicios en Kasese, para organizar todo y comenzar el ascenso. El Rwenzori es conocido también como “Las Montañas de La Luna”, acuñadas así por Ptolomeo, a quien llegaron rumores de unas lejanas montañas en el centro de África que alimentaban el Nilo. Pero hubo que esperar casi 2000 años para que un europeo las descubriera, hasta 1889 en que llegó Henry Morton Stanley. La primera ascensión constatada a esta cumbre la realizó el Príncipe Luis Amadeo de Saboya, en 1906 con el patrocinio de la Reina Margherita de Italia.
Durante esta expedición me acompañó Imanol Zubillaga, un buen amigo con el que he compartido viajes en otras cordilleras del planeta. Nuestro plan era estar una semana en la montaña, pues llegábamos aclimatados del Kilimanjaro.
El día 16 empezamos a ascender desde los 1.450m por un fondo de valle, a través de cultivos de cafetales, aguacates y otras plantaciones tropicales. Nada más empezar me llamó la atención la fertilidad de esta tierra y la cantidad de productos que puede dar. A medida que íbamos ganando altura empezaron a aparecer árboles del bosque primario, cada vez más altos y anchos. En unas horas nos encontramos en medio de una de las selvas más vírgenes que haya podido visitar. A nuestro paso pudimos observar multitud de aves, incluso algunos monos colobos, blancos y negros, muy esquivos y que se balancean entre las copas de los árboles. Me sorprendió la gran variedad de especies de plantas, desde árboles forestales hasta matorrales de bambú, arbustos bajos, flores, hongos y muchas lianas cubiertas de musgos y líquenes, creando un ambiente impresionante.
Tras cinco horas de recorrido llegamos a Sine Camp, a 2.596 metros, unas cabañas de madera situadas entre altos árboles del bosque, en mitad de una cresta estrecha con vistas a una maravillosa cascada: nuestro primer campamento.
Al día siguiente nos levantamos temprano, desayunamos unos huevos revueltos acompañados por dos tasas de té y nos pusimos en marcha. Al poco de empezar a caminar llegamos a Bamboo-Mimulopsis, una subida con mucha inclinación y multitud de escalones que nos dejaron sudando.
A medida que el bosque se hacía más espeso el sendero estaba más embarrado y resbaladizo. De hecho, desde el segundo día nos vimos obligados a utilizar botas de agua, muy poco estéticas para un montañero, pero muy prácticas para estas condiciones. La ruta serpentea continuamente, abriéndose camino entre la vegetación, cruzando varios arroyos y pasando bajo algunas cascadas totalmente tapizadas de musgo. De la mayoría de los árboles cuelgan inmensos líquenes que simulan ser las barbas de un viejo montañero. Sin lugar a dudas estábamos en un escenario natural muy exclusivo del corazón de África. Los enormes brezos me recuerdan al bosque de laurisilva de las Islas Canarias y ayudan a crean una hermosa atmósfera, a menudo envuelta en niebla. Tras seis horas de ascenso finalmente llegamos al Campamento Mutinda a 3.582.
Al día siguiente repetimos la misma rutina: despertarnos al amanecer, desayunar y ponernos en marcha pronto. Al par de horas de estar ascendiendo, en torno a los 4.000m, el bosque empezó a cambiar y aparecieron las primeras lobelias gigantes, pues aquí, buena parte de la vegetación alcanza dimensiones superiores a otras latitudes, fundamentalmente por la alta humedad. De ocho días que estuvimos en la región, probablemente vimos el sol seis o siete horas, de resto el cielo siempre estuvo cubierto, mayoritariamente nublado y lloviendo. Por ello, el barro, las ramas y los bloques de roca hicieron que la progresión fuera siempre lenta.
Durante esta jornada reflexioné mucho sobre la vida de los porteadores de esta zona, pues las condiciones ambientales en las que trabajan son realmente duras. A veces observo en ellos una mirada incómoda, sabiendo que de alguna manera somos “turistas” en sus montañas. Pero me reconforta saber que de alguna manera la llegada de expediciones está permitiendo que los pueblos anexos al Rwenzori tengan otras fuentes de ingreso que las derivadas de los excedentes de sus cosechas. A media tarde llegamos a Bugata Camp y nos dispusimos a descansar.
La jornada siguiente estuvo pasada por agua. Al poco de salir el cielo se cerró y, como si de un grifo se tratara, empezó a caer una tromba de agua que apenas nos dejó progresar. En poco tiempo el terreno se volvió pantanoso; y entendí a lo que se refería Sam, cuando las jornadas anteriores comentaba que el tiempo estaba buenísimo, a pesar de la niebla y la escasa precipitación. Sin duda fue una jornada muy dura, pero fundamental para vivir con plena conciencia y conocimiento en qué consiste la climatología del Rain Forest, la gran selva lluviosa ecuatorial africana, hogar de monos, chimpancés, gorilas, elefantes enanos, etc., todas especies amenazadas por la caza furtiva o por la explotación abusiva de los recursos forestales.
Nuestra última noche antes del intento a cumbre la pasamos en el campamento Margarita (4.485m), que está situado entre unas enormes rocas, ofreciendo cierto refugio de los fuertes vientos. Este es el mismo lugar donde acampó el Duque de los Abruzos cuando coronó por primera vez el Rwenzori en 1906.
El 21 de julio nos levantamos a las 2:00h, tomamos unas tazas de té y nos pusimos por primera vez el equipamiento de alpinismo, pues tocaba ascender un tramo rocoso y resbaladizo, y luego progresar por el glaciar hasta el último montículo que nos dirigiría a la cumbre.
Durante unas horas ascendimos en mitad de la noche y acompañados por una intensa niebla. Con los primeros rayos de luz el cielo empezó a abrirse y repentinamente pude observar que desde las extensas selvas tropicales del Congo se elevaban enormes masas de nubes, lo cual me animó a intensificar el ritmo de ascensión. Sin embargo, afortunadamente sobre nuestras cabezas el tiempo permanecía estable y el cielo continuaba abierto.
Debo decir que la llegada al glaciar Margarita fue decepcionante, pues en nada se parece a las imágenes que tenía en mi retina de los primeras fotografías que se obtuvieron de esta simbólica cumbre. Calculo que actualmente puede haber una quinta parte del glaciar del que hubo a comienzos del siglo XX, pues aquí también se está sufriendo el calentamiento global y a medida que las temperaturas ascienden, los bordes exteriores del glaciar retroceden, el hielo se adelgaza y eventualmente se hunde.
El Rwenzori es una montaña sencilla, tan solo tiene algunos tramos técnicos en la última sección, camino a la cumbre. Su dificultad radica fundamentalmente en las condiciones meteorológicas y lo azaroso que pueden llegar a ser estas. Sin embargo, en su conjunto tampoco la puedo calificar como fácil, pues muchas cordadas se quedan sin la cima, bien porque llueve en exceso, o porque no son capaces de superar los últimos metros. Así que a medida que nos acercábamos a la cumbre, pensaba en la fortuna que supone sumar las tres más altas de África, algo que personalmente me hacía mucha ilusión.
Para nuestra suerte, el tiempo siguió estable hasta la cumbre, pudiendo divisar tanto la vertiente de Uganda como la del Congo. La sección final no es especialmente bella, pero si el escenario en que se encuentra: una inmensa mole de roca se levanta entre una corona verde de selva densa y como remate final el glaciar, la guinda del pastel. Estábamos solos, en una montaña recóndita y con buenas condiciones, qué más podíamos pedir. Finalmente, en torno a las 8:00h. estábamos en la pirámide final, inmortalizando nuestra cima con unas fotografías y algunos abrazos. Sin duda el Rwenzori no es una montaña apta para senderistas, pues es incómoda, requiere resiliencia y una gran dosis de paciencia, pero si apta para montañeros con ganas de aventura, con buenas condiciones físicas y debidamente equipados con prendas aptas para estos ambientes extremos de humedad. En este sentido reitero que las prendas TRANGOWORLD que utilicé me permitieron unas magníficas condiciones de seguridad y confort, por lo que quiero reiterar mi agradecimiento a la marca por su inestimable apoyo durante mis expediciones y actividades.
Autor: Juan Diego Amador, Geógrafo, viajero, alpinista y Guía de Montaña, Embajador Trangoworld | Instagram | Facebook