Tras ocho meses de riguroso entrenamiento Cristian, Álex y yo al fin podemos viajar a Patagonia.
Apenas nos terminábamos de recuperar de la primera actividad de toma de contacto cuando vimos una ventana de día y medio aproximarse para este sábado. Valorando opciones, tal vez tomamos una decisión más desde el corazón de desde la sensatez, y decidimos atacar el Fitz Roy por una de sus vías más largas, la Afanassieff, en la cara noroeste, donde azota el viento.
La única carta que podíamos jugar era la de ir ultra ligeros y correr por la vía al tope de nuestras capacidades, ya que de normal para esta vía se necesitan de 3 a 5 días de buen tiempo.
El viernes nos quitamos más de 1.000 metros de desnivel con una ventolera que no animaba nada a subir la cima hacia la que nos acercábamos.
Dormimos en tienda algo más de tres horas y a las 00:15 suena el despertador, a las 01:15 ya estamos en marcha, y en 3 horas y media llegamos a la base de la pared con la primera claridad del cielo.
Entramos con muy buen pie, logrando una tirada en simultáneo de 300m para calentar. Llegamos a las placas, uno de los crux de la vía. Supuestamente 300m mantenidos de 6a, pero sinceramente nos pareció que para subir por ahí con seguridad tenías que escalar con soltura en vías de 7c en la pedriza. Además de que la mayoría de los pies tenían nieve que había que limpiar y la mayoría de fisuras donde hubiéramos podido emplazar seguros estaban con hielo, el terreno era muy romo y técnico. Esto añadido a escalar largas tiradas en ensamble de tres personas y metiendo muy pocos seguros porque llevábamos solo un juego de friends con el 0´5, 1 y el 2 repetidos y 4 fisureros. La exigencia de la ruta nos hizo caer a todos, (por suerte siempre los que escalaban de segundo y con la microtraxion instalada).
Tras 12 horas escalando entendemos que la vía era mucho más difícil y larga de lo que ponía en los croquis. A parte, la navegación en una pared de tal inmensidad es muy complicada y un embarque nos llevó a lo que parecía un callejón sin salida. Por delante no teníamos el terreno fácil que tocaba escalar, recuperar el trazado estaba descartado y la proximidad de la noche nos apretaba. La bajada de esta cumbre es muy complicada, para ello hay que alcanzar la cima, y se avecinaba el mal tiempo. En ese momento comentamos la seriedad de la situación en la que nos encontrábamos.
Teníamos un muro muy vertical por encima en lugar del terreno sencillo por el que tocaba escalar. Cristian y Álex me quitaron peso de la mochila para intentar subir por allí. En ese momento junté en mi cabeza todos los entrenamientos y situaciones duras de las que había salido para sacar fuerzas de la mente, ya que las del cuerpo se estaban agotando. Compartimos unas gominolas de cafeína entre todos y activamos el modo supervivencia, combinando artificial con escalada libre. La moral del equipo se recuperó un poco pero la pared seguía siendo vertical y la incertidumbre nos mataba y desmontaba nuestras expectativas mientras librábamos una carrera contra reloj en la que perder no era una opción. En el siguiente largo era de más de 50 metros de fisura homogénea para el cual no teníamos los friends repetidos necesarios y hubo que ir corriendo dos friends dejando largas distancias vacías por debajo de los pies. Nos encontrábamos abriendo una variante por cuestiones de pura supervivencia. Llegamos a una repisa y Álex cogió el relevo. Dimos gracias a dios por llegar a un terreno por el que pudimos tirar otros 300 metros sin parar hasta la cumbre tras 16 horas de escalada sin descanso, una cumbre muy peleada, una cumbre tan hermosa como aterradora y de la que no pudimos disfrutar más de dos minutos.
En cuando nos envolvió la noche nos tranquilizamos sabiendo que ya estábamos en la bajada correcta y que no oscurecería más. Era difícil seguir con exactitud, a vista y en la noche, la línea correcta y nos embarcamos en un abismo de 600m. Pronto tuvimos que comenzar a dejar material abandonado para rapelar y lanzarnos a la incertidumbre del vacío oscuro esperando poder hallar una instalación o un lugar donde montarla. Empleamos muchos recursos e intuición para al fin llegar con las primeras luces del amanecer a la base de la pared. Ahora no podíamos descuidarnos porque aún nos quedaba atravesar una pala de nieve helada, la arista de la silla y hacer otros 10 rápeles por un corredor avalanchoso antes de que la nieve se calentara demasiado. En las esperas nos quedábamos dormidos de pie. Con mucha dificultad controlábamos nuestro cuerpo, mantener la concentración a tanto nivel de detalle era la tarea más dura. Llegamos por fin al glaciar y los alejamos a toda prisa de aquel expuesto lugar sufriendo alucinaciones por la fatiga y tensión acumuladas. A las 35 hordas de actividad “non stop” llegamos a la Laguna de los Tres donde por fin pudimos hidratarnos algo y dormir una hora encima de las piedras.
A las 40 horas ya estábamos de nuevo en el Chaltén exhaustos y muy desgastados, pero felices por haber hecho lo que cada uno teníamos que hacer para subir y bajar ilesos de una montaña tan seria como el Fitz Roy.
Solo llevamos una semana aquí, y llegando a la cumbre nos había parecido que el viaje ya había sido suficiente, pero después de unas buenas comidas y merecidas siestas nos ha dado por empezar a comentar los siguientes planes. Y es que así somos los alpinistas, en el mundo de abajo nos mantiene vivos la ilusión por volver allí arriba, y cuando estamos allí arriba nos mantiene vivos las ganas de volver a abrazar el mundo que te espera abajo.
Autor: Javier Gúzman, Embajador Trangoworld